miércoles, 31 de agosto de 2016

Para qué sirve recordar y registrar sueños

Si la respuesta a la pregunta ¿para qué sirve soñar? es esquiva, la respuesta a la pregunta ¿para qué sirve recordar y registrar nuestros sueños?, lo es todavía más. No creo tener una respuesta definitiva para ninguna de las dos pero he hecho algunas aproximaciones que me hacen sentir que estoy en el camino correcto. Estos son los hechos.

Hace aproximadamente 13 meses viví un episodio que llamó mucho mi atención, al punto que me motivó a registrar a diario mis sueños. La mañana en que ocurrió era común. Ya había amanecido y yo recordaba sin esfuerzo los últimos sueños que había tenido: estaba en una estación de buses, vestida con ropa que no tengo en mi vida despierta, luego usaba un ascensor para bajar a un nivel subterráneo y estando dentro de él sentí, junto a otras personas, que la tierra temblaba. El miedo quizás o la necesidad de mantener el control me insinuaron que toda la situación era un sueño. Aunque la lucidez sólo duró un instante, no olvidé lo que pasó luego. Después de una interrupción breve salí a la superficie para darme cuenta de que estaba cerca de un edificio que llevaba el nombre de una avenida. El sueño terminó en ese momento y yo desperté de forma natural. Ese día tenía que levantarme temprano para ir a algún lado y como la alarma de mi teléfono celular no había sonado supe que me quedaban algunos minutos para disfrutar. Me envolví más con las cobijas y esperé a que sonara la alarma. Entonces lo oí.

Una voz masculina, cantando en un acento distinto del local y con una claridad inusitada llamó mi atención. No sabía de quién era. No era Jorge Drexler interpretando Eco, la canción que usaba por ese tiempo como tono de despertador, era distinta. Lo primero que hice, sabiendo que nunca había escuchado esa canción, fue revisar mi teléfono. La hora era la que creía, por lo tanto el artefacto no era la fuente del sonido. ¿Y los vecinos? Si bien no tengo los vecinos más silenciosos y amables del mundo, los ruidos que vienen del piso de arriba llegan a mi ambiente sin nitidez y con interferencia. Difícilmente habría podido identificar la frase exacta que había escuchado si hubiese venido de allí. ¿Y la ventana que da al patio interior del edificio? Al ser un espacio techado el sonido habría tenido mucho eco, no se habría sentido como se sintió, prácticamente como si viniese de un radio a mi lado. Intrigada repetí la frase para no olvidarla, la apunté en mi cuaderno y comencé con mi rutina de ese día. A la hora programada el fragmento de la música que me acompañaba en las mañana se dejó oír. Más tarde confirmaría lo que ya sabía.

Mi hipótesis mejor para explicar el acontecimiento inusual era que, aunque no me lo creía, la canción había venido desde el radio de un vecino. Si tenía razón y la canción era alguna de moda, encontraría la letra tras una búsqueda sencilla en internet, pero no fue así. El doctor google me sugirió otras tonadas pero ninguna correspondía a la que había sonado esa mañana en mi habitación. Por lo que sé la canción no existe.

En ese momento no había leído el libro Alucinaciones del genial Oliver Sacks. Si lo hubiese hecho quizás no habría comenzado un maratón onírico improvisado. Este neurólogo cuenta en su libro la complejidad que pueden alcanzar las alucinaciones hipnopómpicas, o las que se tienen al despertar, que se caracterizan por ser muy complejas y realistas. Explica allí también que a veces pueden ocurrir varios minutos después de despertar, a plena luz del día y no en medio de las tinieblas, como ocurre con varias figuras altas, oscuras y vestidas con sotana que les quitan el sueño a tantos.

Otro libro que tampoco había leído en esa época es Realidad daimónica de Patrick Harpur, uno que me enseñara cómo apariciones −de ovnis y de vírgenes−, encuentros con criaturas fantásticas e incluso sueños pueden tener un impacto muy significativo en la vida de las personas. En este momento la explicación que puedo darle a ese fenómeno es que fue eso, una alucinación hipnopómpica, algo que me cuesta creer pues estoy bastante familiarizada con ellas y con sus primas hermanas las alucinaciones hipnagógicas, o de entrada en el sueño, menos complejas y más parecidas a instantáneas, a diapositivas que se presentan sin hilo conductor. Éstas últimas se producen, la mayoría de las veces, cuando estamos a punto de quedarnos dormidos pero también pueden visitarnos alguna mañana.

Registro minucioso u obsesión

Leí en los antepasados de los grupos y de las páginas de facebook, es decir en la sección de comentarios de blogs abiertos hace más de diez años, que una vez comienzas a registrar tus sueños surge una especie rara de inercia que te impide parar. Me reí al leer el comentario, me reí porque lo supe cierto.

No importa qué medio tenga a mano para registrar mis sueños, lo cierto es que lo hago de un modo casi obsesivo desde el día en que despierta escuché la voz cantarina de ese hombre. Apunto mis sueños en la libreta que cargo en la cartera, en archivos de computador, los he grabado con la grabadora de voz de mi celular y, claro está, en mi sempiterno nocturnario / diario. Leyendo a Guillermo Pérez en El sueño lúcido aprendí que a veces basta con darle un título al sueño para, meses después, ser capaz de recordar todo el relato. Si bien no he llegado a tal punto de experticia sí me ha pasado que sueños grabados con voz, a los que les he dado un título después de escuchar de nuevo, vienen a mi memoria con detalles al sólo pronunciar el título. Me ha pasado también que al revisar una grabación de hace meses, al comenzar a escucharla el sueño me parece ajeno pero en la medida en la que mi relato avanza soy capaz de “predecir” lo que ocurrirá a continuación y de entender los significados que cuando lo tuve parecían misterios cifrados.

Consejeros hechos a medida

A través de reuniones, charlas informales y otras algo más formales he acuñado la idea siguiente: Los sueños son como niños y las pesadillas son como pataletas. Si les prestas atención a tus sueños, así como se la prestas a un niño, éstos no sentirán la necesidad de llamar tu atención actuando de un modo ruidoso y exagerado. Esta idea ya no es hipótesis para mí, es realidad. Lo he comprobado tantas veces que he recuperado la capacidad de entender mis sueños nada más recordarlos.

En otra época, hace más de diez años, sentía que mis guías espirituales me explicaban el sueño que acababa de tener justo antes de despertarme del todo. Le di la espalda a esa práctica más o menos por la misma época en la que dejé de prestarle atención a mi actividad onírica, pero este camino, que me escogió a mí y no yo a él, me llamó a sus filas de nuevo, me probó y, tras varios esfuerzos, me entregó herramientas nuevas, distintas seguramente de las que usaré dentro de unos años. Sea como fuere una de las conclusiones a las que he llegado es que entre más sueños registras, de preferencia a mano, más los comprendes y menos te autoengañas.

Cuando estableces una relación honesta y abierta con tu actividad onírica los símbolos dejan de disfrazarse con ropas y maquillaje abigarrado. Si sientes que te hace falta la plata te lo muestran directamente con imágenes de bolsillos desocupados y ropa muy gastada. Si le tienes miedo a las alturas te hacen experimentar vértigo cuando te asomas por una ventana desde el piso número veinte de un rascacielos. Pero eso no es todo.

El transitar la dimensión onírica con tanta naturalidad te prepara para dar pasos importantes e inevitables, así esa naturalidad a veces implique vivir experiencias intensas en ausencia de cuerpo, o quizás por eso mismo. Una cosa es haber oído hasta la saciedad que el cuerpo es un vehículo, pero otra muy distinta es vivirlo. El mundo de los sueños te enseña a través de la experiencia que existes más allá de lo físico. Si un gamberro cósmico te persigue y te sientes vulnerable sientes miedo, así no sea posible que te haga sangrar. La persecución te muestra de forma empírica que las emociones negativas hieren, que son igual de reales que lo que vemos con los ojos físicos, pero también te recuerdan que no son los únicos órganos que tienes para “ver”.

Con el registro onírico constante que he hecho en el último año he comprobado cómo mis umbrales de percepción bajan, esto quiere decir que estímulos que siempre han estado en el ambiente pero que antes ignoraba ahora están a mi alcance. El olor del esmalte usado por una mujer hace horas o el movimiento preparatorio de quién está por irse genera un efecto en mi campo perceptual. La energía negativa a punto de estallar de un modo violento se hace evidente. La intromisión de un recién conocido se revela sin demoras, porque no voy a mentir, no todo es una pradera llena de mariposas y unicornios. Los retos reclaman su lugar.

Yo no pedí ser más sensible. No comencé a explorar el mundo onírico para canalizar entidades ni para adivinar el número ganador de la lotería, entré, como a muchas otras cosas en mi vida, por curiosidad pura, y un poco me ha pasado como al gato. Partes cínicas de mí murieron porque no les quedó más remedio. Miedos quedaron tendidos en el campo de batalla porque se dieron cuenta de lo ridículos que eran. Aún le temo al dolor, a la enfermedad, a la vejez, a la inmovilidad y a mil cosas más, pero, a diferencia de la que era hasta hace unos meses, ahora esos miedos no me paralizan. Los veo a los ojos y doy el paso de todos modos, así sea un paso corto. Avanzo para no quedarme en el mismo lugar, avanzo para crecer.

La relación que tengo conmigo misma es mucho más satisfactoria de la que tuve antes. No me siento sola, anticipo consecuencias con más fluidez, tengo más claridad acerca de cómo quiero usar mi tiempo, me alejo con facilidad de quien no me interesa sin sentir dolor o culpa por ello, reclamo lo que quiero sin sentir que abuso de nadie y me alegro sinceramente cuando sé que alguien tiene éxito. Ahora entiendo mejor la relación causal que hay entre el trabajo duro y las recompensas. Ya no gasto mi energía criticando durante horas o elucubrando acerca de quién se acostó con quién o quién sobornó a quien para llegar a donde está. Ahora estoy muy ocupada y muy satisfecha compartiendo lo que sé porque quiero que más personas se sientan tan bien como yo. Así los momentos oscuros me sigan acompañando no lo hacen durante mucho tiempo. Si me siento débil, vulnerable o triste sé que al sentarme a meditar volveré a ser consciente de mi centro, me conectaré con la felicidad que he experimentado antes, con esa esencia que no es mía ni de nadie y que tampoco está ligada a una persona ni a una situación en particular. Ahora sé de memoria el número que tengo que marcar para comunicarme con ese Yo superior del que todos hacemos parte. Ahora reconozco los infiernillos terrenales que me alejan de los paraísos ídem porque soy capaz, cada vez con más frecuencia, de reconocer la frontera emocional que hay entre unos y otros. Así que para todo esto sirve registrar sueños.

El paso que di en esta dirección lo di muchas veces, sólo que no fue seguido por otros iguales. En el pasado a veces apuntaba mis sueños, a veces los analizaba y muchísimas veces más los dejaba en el olvido. Al revisar diarios de décadas anteriores me molesta descubrir que no hay ni una palabra acerca del contenido de sueños que me hicieron advertencias acerca de situaciones desagradables. Con el corpus onírico que he acumulado hasta la fecha mi intuición también se ha desarrollado, ahora en falsa ausencia de pistas o claves, porque la información siempre está disponible, sé que eso que llamaba apatía o pereza es, en más de una ocasión, una señal para cambiar la dirección mas no para detener la marcha. No se trata de que sea infalible, de que todo lo vea y de que todo lo prediga, es más bien que he avanzado en eso de ahorrarme tropiezos, sufrimiento y pérdidas innecesarias. Mi atención ha aumentado y por ende ha mejorado la capacidad de elegir en qué o en dónde debo enfocarme.

Hoy que tengo más claro el nexo que hay entre las emociones negativas y la enfermedad puedo hablar con propiedad de aquello que redescubrió Freud, cuando explicaba que los sueños son una vía regia para comprender la actividad del inconsciente y el modo en que nos determina. A mí ya no tienen que venir a decirme que si presto atención a lo que me pasa de noche mi vida va a cambiar, mi vida cambió para bien y va a seguirlo haciendo. A veces sigo sintiendo que la energía se bloquea, que se estanca, pero también sé que cuando eso pasa puedo acudir a esa fuente de sabiduría infinita durante el día y durante la noche, una fuente que está ahí para mí y para todos. Mis sueños me han servido para estar, más convencida que antes, de que los ratos malos son sólo estaciones en un ciclo eterno, universal, que no se detiene, un ciclo que te arrastra si te resistes, pero que si aceptas seguirle el ritmo te enseña a danzar con él.